RAPAPOLVAZO DE AZAHAR
- Celia García Castilla
- 22 abr 2019
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 9 abr 2022
Estábamos sentados en una bancada de obra, cubierta con los mismos azulejos del zócalo de la entrada principal, en ese pequeño y precioso colegio donde cursaba mi hijo su primer año. Sobre nuestras cabezas un naranjo mediaba la conversación entre el director y yo, en plena época de floración del azahar.
Mi agradecimiento por ser atendida por el director en persona no conseguía maquillar mi actitud seca y cortante al comienzo.
-He venido casi a diario al colegio para decorar los pasillos, no entiendo cómo La gran aventura del señor Pepín de repente se ha convertido en La gran aventura de los valores militares. Ni siquiera la seño lo sabía, ¿de qué va todo esto?
-Verás, se trata de un certamen de proyectos organizado por el ministerio de defensa que…
Cuestiones y razones comenzaron a trenzarse con lo pintoresco del entorno, con el rumor silencioso de la mañana, con el olor de los naranjos en flor, con mi mente siempre dispersa.
-…siempre adaptando estos valores al ámbito académico…
Bueno pero no dejan de ser valores militares… qué simpático un colegio con zócalo andalusí…
-…contrasta con todas estas iniciativas de coeducación, digamos de espíritu crítico…
El colegio, al borde de la muralla del sobreelevado barrio del monumento, parece que flota en el aire…
-…amén de un primer premio en metálico…
Claro tío el dinero, a eso iba, a eso… mmmm cómo huelen los naranjos, si cierro los ojos el aroma es aún más delicioso…
-…de obras públicas me torea, el comedor ya no da cabida, si es que esto es…
Este hombre habla bajito para amansar a las fieras, me estoy metiendo en un trance grave y terciopeloso, estoy lacia, qué risa…
-…cerciorarme de que es un proyecto puntual, no una constante en los proyectos del colegio…
Uf, esta brisa de primavera me perfuma y me coloca…
-No, después de este año no está previsto volver a participar en el certamen.
Zanjando aquel asunto amistosamente, caminábamos hacia una explanada de albero rodeada de matorrales, donde tenía su coche. Nos despedimos en medio de una celebración exhuberante de florecillas y gasas de pálido sol que unos vaporcillos de neblina recogían para que la brisa las ondulara, las untara en la piel, como una melaza traviesa de azahar. Me quedé clavada en el apretón de manos, dando gracias con una expresión risueña, desvaída, pagada con el evidente desconcierto del rostro lozano del director.
Llegué a casa toda ebria de primavera y acometí a mi marido en la cocina, con satisfactorio resultado por diversas estancias de nuestro hogar.

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