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Es que estaba tan enamorada

  • Foto del escritor: Celia García Castilla
    Celia García Castilla
  • 13 jul 2024
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 15 jul 2024

Que yo recuerde, todo empezó en segundo de parvulitos, cuando nos mirábamos a la vez, riendo y pestañeando como tortolitos.


—Sí, mamá, yo estoy coloreando y lo miro y él me está mirando también. Y nos pasa muchas veces, mamá —estaba yo muy enamorada.


Estaba tan enamorada que siempre perdíamos en el juego de la escoba, porque me quedaba embelesada bailando con él. Me olvidaba del juego y de la escoba hasta que me despertaba su cara de enfado y la música interrumpida.


—¡Pero suéltala! Suelta la escoba, ¡hay que pasar la escoba! —incluso la seño y los demás niños me lo estaban gritando. Es que estaba tan enamorada que me quedaba sorda.


En primero, para el día de San Valentín, me hice un collar con unas cajitas de pica pica rojas con forma de corazón que vendía la Carmen de Adolfico. Creo que también me puse un jersey rojo, porque cuando me vio la seño María del Mar me dijo sorprendida:


—Pero bueno, Celia, ¡tú estás muy enamorada!


Yo la miraba muy seria, asintiendo con los ojos como platos, y ella no daba crédito a tanta gravedad en mi semblante.


Ese año, a él le tocó hacer de San José para la actuación de Navidad. En el momento del sorteo del papel de la Virgen María, cerré los ojos y pedí con toda mi alma: "el dos, el dos, que salga el dos, que salga el dos..." Cuando la seño dijo "El dos. ¡Le ha tocado a Celia!", los abrí pasmada y me entraron por las pupilas todos los vientos del mundo. No me podía creer mi suerte. Aquello cancelaba la maldición que me perseguía desde el día que saqué una bola en el bar del 402 y me tocó un búho de la suerte partido en pedazos.


Han tenido que pasar 30 años para darme cuenta de que mi suerte era tener una seño que me quería tanto.


En una noche de las fiestas, jugando en la terraza del Zopo, corríamos a toda velocidad cada uno desde una punta y, al cruzarnos, nos dimos de frente con toda la inercia de la carrera. Esa noche me quedé dormida al calor del chichón gigante que me latía en la frente, imaginando que, cada uno en su lado de la terraza, lo que pasó fue que nuestros brazos y caras se estiraban para encontrarse y por eso fuimos en volandas hasta chocar y enredarnos como dos churritos de plasti. Así de loquita de amor estaba.


A veces venía a jugar a mi casa y el juego era apagar la luz y tumbarnos a oscuras en el suelo a mirar el techo.


—Pero ¿qué hacéis ahí a oscuras? —preguntaba mi madre, reía mi hermana.


Pues estar ahí juntos, a oscuras y en silencio. Qué tontas. ¿No sabían ya lo enamorada que estaba?


Si pasaba por mi puerta, lo saludaba juguetona:


—Maaaarcos...


Él contestaba, haciéndose el duro, sin pararse apenas:


—Quéeee...


—Pos naaa —y me quedaba un poco cortada, sentada en el tranco de mi puerta, viéndolo subir la cuesta.


Tenía un puzle-cuento de 4 o 6 piezas. Era la historia de una pareja de campesinos que recogían sus uvas y ordeñaban su vaca. Pisaban las uvas, fermentaban la leche y en la última pieza se sentaban juntos en la salita a beber su vino y comer su queso. Yo no tenía más sueños que crecer y que la vida fuera ese puzle. Era un amor infinito que cabía en cuatro o seis piezas de un puzle.


Supongo que es un don de los niños amar de una forma tan cristalina. Luego vas creciendo y ese enamoramiento se diluye, se pierde, se va sin duelo porque es limpio y desprendido. Te enamoras de nuevo, pero el amor ya se ha ido trenzando con otras mimbres y a veces lo prostituimos con otras emociones. Qué le vamos a hacer, amar se convierte en un lío de narices.


Una única vez volví a sentir de adulta un amor así. Un amor inmenso que cabía en una estrofa de Luis Aguilé, a oscuras en un túnel por la Vereda de la Estrella. El amor se mete por los sitios más raros.


Luego puede pasar que siento encajar una pieza, retumba la estrofa en el túnel y me embeleso. Se para la música y me cuesta soltar la escoba. Pero me perdono, aunque pierda. Es que, hasta sin amor, estaba tan, tan enamorada.

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