Una infusión para dos
- Celia García Castilla
- 8 jul 2023
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 9 jul 2023
Una mañana que preparaba té para los dos, en el último minuto de infusión saqué la bolsita de mi taza y la metí a infusionar en la suya. Aquellas lenguas de fieltro, rozándose entre los perfumes del exotismo "Shaolin" que prometía el envase del té... fue obsceno. Me gustó. Al sacar las dos bolsas y verlas chorrear apretadas la una contra la otra, les di otra mojadita en mi taza. Celia, pero qué chanchada.
Le acerqué su taza mancillada y volví a mi mesa sin mirarlo a los ojos, reteniendo por los cuellos de la camisa una sonrisa pazguata. Me pasaba eso cuando no había nadie más, cuando nos encontrábamos por los pasillos, a la hora de decir adiós...no lo miraba a la cara y acababa la frase ya en otra habitación, o entablaba una genial conversación imaginaria que acababa con la réplica muda de mi reflejo pazguato en la marquesina del autobús.
Siempre me daba a la fuga en esos momentos de intimidad porque sentía unas ganas terribles de agarrarlo ahí mismo y hacerle una infusión. Una infusión para dos, con las bolsas escaldándose la piel bajo un torrente que las enreda y las frota, las estraga de calor, las penetra al borde de la ebullición para que embeban el agua y la fiebre y exuden, con cada roce, el éxtasis delicioso de la hoja y la flor abiertas.
Unas ganas tremendas de beberme esa infusión a tragos largos, pero esta vez buscando y sosteniendo la embestida de sus ojos oscuros, cerrando los míos solo para escurrir entre los labios las últimas gotitas del borde sedoso de la taza.
Por último dejar la taza enjuagada en la bandeja y volver a mi mesa, como aquella mañana, sin mirarlo a la cara y con el recuerdo lujurioso de las bolsitas de té tiradas en el cubo de la basura. Estrujadas, tibias y pegadas como los perros.

Comments