SEMILLAS CONFINADAS
- Celia García Castilla
- 2 ene 2021
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 16 oct 2023
Unas nubes de cidra desprenden sus hebras de agua sobre las carreteras dormidas, sobre las calles vacías, sobre el arcoíris de tiza que pinté con mis hijos en la azotea, sobre toda la ciudad desnuda que se embadurna de cabello de ángel.
En mi patio, gota a gota, el brote de una semilla de manzana ha llenado un cáliz de lluvia dulce y contemplarlo despierta los sentidos y da mucha sed. Quiero acercar mi boca y sorberlo pero eso me dará más sed. Tendría luego que estrujar la tierra y beberme a contracorriente los surcos de agua de mis brazos, morder las cortezas de pino y aspirar el jugo entre sus astillas.
Calada como un bizcocho y con mi poco recato robado por vuelos bajos y cantos de pajarillos ya no sabría si soy una persona o una de las pepitas de limón aventada al suelo del patio entre las migas de pan del mantel. Comenzaría a despegar una tras otra esas fibras blanquecinas que esconden mi piel verdadera sin saber si estoy quitańdome cáscaras o prendas.
Sería una pequeña vaina marrón entre baldosas mojadas que si se rasca con suavidad monda su capa interior y deja al aire un corazón verde de semilla abierto en dos mitades perfectas, simétricas, preciosas, dos mitades de jade que acarician las yemas de los dedos, que se pasean distraídas por las mejillas, perfilando las comisuras de los labios hasta que vuelven a juntarse una contra otra en una fricción lubricada y sorda que se detiene de una puñalada, haciéndolas crujir entre las uñas.
Tendría que recoger apresurada mis cáscaras y mis lencerías y esconderme entre la pulpa de algodón de la cama para jurarme a mí misma que todo ha sido un sueño inducido por el latido metálico de la gotera de la cocina, o por el reguero de almíbar que diluye el arcoiris de tiza de mis hijos y chorrea del canalón de mi casa a la acera desierta de la ciudad confitada.
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