Vamos a contar mentiras
- Celia García Castilla
- 2 ago 2021
- 1 Min. de lectura
Los látigos de arena que laminan el levante erosionan las calles de Conil.
Los muros se cuartean como un huevo cocido y crujen igual cuando salen volando la cáscara y la carne blanca de las paredes, hasta dejar la yema pelada. Entonces descubres que todos los edificios de allí están hechos en realidad de arena.
El viento sigue soplando para allá y amontona en cuatro dunas lo que hace un momento eran casas, escuelas o la biblioteca.
Los niños, que conocen la mezcla perfecta de agua salada y arena seca, van enseguida con sus cubos y sus palas y lo hacen todo de nuevo, igual pero un poco más allá. Luego llegan corriendo los adultos con la cal y el yeso para dejarlo todo blanquito, como debe estar.
Y supongo que por eso me pierdo continuamente por esas calles preciosas.
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