Apártense, sigo mecanizada
- Celia García Castilla
- 9 jul 2020
- 2 Min. de lectura
En mi segundo enfrentamiento al volante el claxon de mi enemigo me acosaba mientras me incorporaba a una carretera nacional. ¿Tal vez se me había caído el bolso en el parking y me lo quería devolver aprovechando el “ceda”?. Eso explicaría que casi abandonara su vehículo en marcha para darme alcance a pie. Pero la teoría tenía una falla, que era mi bolso ahí, en mi asiento del copiloto, así que me incorporé a la nacional quemando rueda y creyendo que la cosa no iba conmigo.
Nevertheless, la cosa arreciaba, la pitada se recrudecía con el paso de los hitos, mis esperanzas de que el enemigo bifurcara su trayecto se apeaban en cada desvío que rebasaba y yo, aparte de fingir que la cosa no iba conmigo, ya no sabía qué hacer.
En vías urbanas el enemigo tomó ventaja y sostuvo nuestro avance con una parada de emergencia frente a mí.
Se bajaba del coche.
Mis músculos faciales dimitían en cadena,abandonando mi rostro a su expresión por defecto: ausente y compungida.
Se acercaba.
Acoplado firmemente a mi ventanilla el enemigo me preguntaba si acaso no me había dado cuenta de que en el parking del Carrefour me había estampado de morros con su puerta trasera y me había ido como si nada.
Bueno, algo había notado.
-Ah, ¿en el parking? Pues a ver si hay daños. ¿Dónde vamos?
-¿Que dónde vamos? -dijo en un susurro- Vamos donde tú quieras.
La cosa se ponía romántica, sin dudarlo escogí la discreta explanada junto a los jardines de la iglesia, bajo un arrebol de tarde cansada y lacia que coronaba de esmeraldas las copas de los naranjos.
El frenesí del enemigo se iba amortiguando sobre un gran desconcierto conforme los presuntos signos del siniestro se reducían a unos rayajos sobre el guardabarros, que desaparecieron a la primera pasada de un paño de microfibra con cristasol.
Bueno, en realidad no había notado tanto.
El enemigo se retractaba de su apremio maníaco, de su humor sulfurado. Yo abría la veda de todo el miedo y la ansiedad reprimidos. Casi nos damos un abrazo. No, él no era una bestia colérica; no, yo no era una retrasada, la culpa de nuestro “sí es no es” la tuvo la conducción, que enajena la psique y arrolla todo conato de civismo.
Comentários