Mi teoría de cuerdas
- Celia García Castilla
- 6 sept 2021
- 1 Min. de lectura
Mi hijo subía la cuesta con la ayuda de una cuerda invisible, la misma cuerda invisible que usaba yo de pequeña por las calles de mi pueblo.
Resulta que todos estos años de andanzas y mudanzas la he llevado siempre en alguna caja sin darme cuenta y ahora la ha encontrado él.
¿Entonces pasan las cuerdas invisibles de una generación a otra disfrazadas de ovillo?
¿De cargador?
¿Colgando entre los chorizos de la despensa hasta que una niña glotona las encuentra?
¿Dejas de usarlas y se ondulan en el vuelo de las enaguas, al calor de brasero?
¿O será que cada cual se hace con su propia cuerda invisible?
En cualquier caso me alegré de ver a mi hijo con su cuerda. Le conté cuando yo también la usaba para salvar la cuesta que llevaba a mi casa o para distraerme haciendo nudos en la verbena de las fiestas patronales, impaciente por ir a los caballitos con mi madre.
Lo animé a no perderla nunca y seguimos la cuesta arriba de vuelta del cine de verano.

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