EL SILENCIO DE LOS CORDEROS
- Celia García Castilla
- 8 abr 2019
- 1 Min. de lectura
Eran las 13:30 y tenía que cerrar la tienda de souvenirs del hotel para irme a almorzar. Hacía rato que reinaba el silencio. No quedaba nadie dentro. Seguro.
Tan seguro como que cerré la tienda y 20 minutos después vino a buscarme a la cantina el recepcionista, que no podía caminar derecho de la risa, diciendo que me había dejado gente encerrada. Que estaban atracando la nevera de los helados. Fui a abrirles.
Era una familia con dos o tres hijos. Con un bebé. Nórdicos, sosegados. Sigilosos.
Compré su silencio abonando el importe de los helados. Aunque también fue su silencio lo que los llevó al encierro. En cualquier caso de poco me sirvió, porque al idiota de recepción le faltó crear un evento en Facebook para que todos en el maldito hotel se enteraran de mi negligencia.
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