El que esté libre de torpezas
- Celia García Castilla
- 9 abr 2020
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 9 jul 2020
Es impepinable que en un descuido frente al stand de las especias retire la mascarilla para acariciarme el puente de la nariz mientras me decido entre cantidad o calidad. Para cuando mé de cuenta, un vecino con un concepto orwelliano de la tecnología puede haberme retratado para viralizarme cometiendo torpezas mayúsculas por los pasillos del supermercado. Ahí entenderé que todo lo que he criminalizado y reducido al absurdo en mis redes sociales se puede volver en mi contra, que a mi rostro sin nombre y sin contexto le pueden colgar la etiqueta de la mezquindad, esa misma que yo ayudé a viralizar pocos minutos antes mientras llegaba mi turno para entrar, cuando eran otros rostros anónimos los que refrescaban la sección de noticias de mi facebook con su patética gestión de los nuevos hábitos pandémicos. Y pasaré a ser junto a ellos un argumento más esgrimido desde el muro de los justos para explicar la causa de que todo lo que puede salir mal en un estado de alarma acabe peor y que aún así poco nos pasa gracias a gente como yo haciendo por ahí lo que torpemente sabe. Por eso el tensor de mi calma chicha me desfigura en continuos sobresaltos y sonrisas torcidas bajo la mascarilla cuando no he previsto meticulosamente alguna fase de la compra, como que en realidad sea cola única y yo me la haya saltado a la chita callando, la elección del método de pago o que si quiero bolsa. Por eso hacino la compra en mi carro, sacrificando el balance de geometrías y pesos, ocultando siempre primero los snacks y demás artículos de superchería. Por eso bajo por la cuesta reprochándome mi agonía si he comprado mucho, mi irresponsabilidad si he comprado poco, flagelando mi insolidaridad si he recurrido a grandes superficies o lamentando mi sobreexposición si he comprado en pequeños comercios. Por suerte para cuando llegue a casa, acabe el protocolo sanitario y vuelva a conectarme a la marea de los justos, ésta ya habrá dejado atrás varios estadios de evolución, alcanzando un nuevo nivel de conciencia distinto al que conocí en mi última conexión, uno en el que tal vez ya no se ensaña con los torpes si no con los que que se ensañan con los torpes o con los que no saben que ensañarse ya no es trending topic. Así encontraré una nueva ola a la que subirme, con nuevos rostros anónimos en los que aún no se refleja el mío y nuevos enemigos del civismo pendientes de etiquetado ideológico listos para el escarnio público. Y si algo saco de provecho de todo lo pensado lo aventaré de mi mente a las ocho en la homilía del aplauso.
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